¡Cinco años de la hecatombe de Stan y su Martes Negro!
Autor: EnSUMA »4:47:00 p.m. »Sin comentarios

Por/ Darinel Zacarías
En esta zona fronteriza del Sur del país, prostitución, narcotráfico, desempleo, alcoholismo, trata de blancas, contrabando de armas, inmigración sin control, robos, asaltos, drogadicción y la presencia de violentas pandillas son los principales ingredientes de un coctel explosivo, sin embargo un hecho que ha marcado la vida de los chiapanecos son esas crudas imágenes de la devastación producida por las lluvias y el desbordamiento de los ríos a causa de Stan, imágenes que aun están presentes en la vida de quienes lograron sobrevivir de este fenómeno meteorológico y que hoy a cinco años de esa tragedia, la herida aun no cesa.
La catástrofe sufrida por este fenómeno natural, podrían ser comparados como las de un bombardeo atómico. Por igual se colapsaron carreteras, puentes y vías férreas.
En ese “martes negro” del 04 de octubre de 2005 el cuadro devastado que se contemplaba era repetido en diversos municipios; los desprendimientos de sus respectivos afluentes y sus desgarradoras secuelas son similares: casas enterradas, colonias enteras desaparecidas, autos y camiones destruidos, arena, lodo y piedras voluminosas fueron los estragos de un panorama desolador.
Los deslaves ocasionaron no sólo la destrucción de los caminos rurales y puentes, sino que causaron la muerte de varios de sus habitantes por el desgajamiento de cerros sobre sus viviendas.
Poblaciones como Tapachula, Huixtla, Tuzantán, Tonalá, Arriaga, Suchiate, Metapa de Domínguez, Unión Juárez, Frontera Hidalgo, Cacahoatán, Tuxtla Chico, El Porvenir, Siltepec, Mazapa de Madero, Bellavista y Benemérito de las Américas, fueron severamente afectadas. Asimismo, Mazatán, Motozintla, La Grandeza, Bejucal de Ocampo, Amatenango de la Frontera, Frontera Comalapa, La Concordia, Ángel Albino Corzo, Villacorzo, Villaflores, Suchiapa, Chiapa de Corzo y Montecristo de Guerrero. También Escuintla, Acapetahua, Villacomaltitlán, Acacoyagua, Mapastepec, Huehuetán, Pijijiapan, La Libertad, Catazajá, Chicomuselo, Cintalapa y San Cristóbal de las Casas, fueron víctimas del desastre natural y donde hoy apenas empiezan a recuperarse de los estragos del “martes negro”.
En tanto, el saldo del paso del Coatán en Tapachula se caracterizó por la creación de enormes, irregulares y yermas superficies rocosas, donde antes había casas, escuelas y comercios y en las que además de nuevos brazos afluentes, también pululaban incesantes los trabajadores que conducían la enorme maquinaria empleada para la “supuesta” reconstrucción de vías de acceso, vehículos de todo tipo y mucha gente que a pie aún recorría esos espacios en busca de objetos de valor que hayan quedado atrapados entre las rocas.
En a casí 40 días después de la tragedia, el panorama seguía siendo lodoso, sombrío, donde sobresalían esparcidas por doquier, botellas, medicinas, enseres domésticos, ropa, restos animales, maleza, árboles arrancados de raíz, mucha basura y algunos cadáveres de quienes fueron víctimas de su furia, a diferencia de aquellos cuyos cuerpos quedaron sepultados bajo varios metros de lodo y piedras y seguramente nunca fueron hallados.
Oficialmente en la tragedia del 4 de octubre se contabilizaron un número inexacto y manipulado de personas muertas, una cifra que pareciese poco relevante y danzante, que así lo dictaminaba “El carnicero de Soyalo” quien aún tiene pendiente la factura y que pareciera nunca jamás se le será recaudada.
Stan fue un fenómeno que alcanzó la categoría 5, la máxima de la escala internacional Saffir-Simpson. Huracán que en cuestión de minutos mantuvo una fuerza inaudita en los afluentes, con avalanchas de más de 20 metros de altura, conformadas por lodo y piedras, arrasó todo lo que encontró a su paso.
Por ejemplo el rio Coatán rebasó sus márgenes habituales, de 35 o 45 metros en su fracción más extensa y se amplió en algunos puntos hasta 600. En su prolongado recorrido hasta el océano Pacífico, el río retomó añejos cursos que el hombre le había arrebatado o buscó nuevas vías, alteró su senda y ocasionó gravísimos daños a otras tantas poblaciones rurales y urbanas de la zona.
Pocos minutos después fueron interrumpidos completamente los servicios de telefonía celular en toda la ciudad y la energía eléctrica se cortó en la zona dañada, donde se hallaban también las torres transmisoras de las estaciones de radio.
Las avalanchas humanas hacia los albergues, que inicialmente habían registrado una afluencia discreta fue avasalladora y el éxodo de miles de personas hacia las gasolineras y centros comerciales fue gigantesco, similar en magnitud a las interminables filas de vehículos de todo tipo, que convirtieron las calles y accesos principales a la ciudad en un enorme estacionamiento.
El auxilio prestado por personal de Marina, el Ejército con su Plan DN-3, bomberos, Cruz Roja, PFP, Secretaría de Salud, elementos policiacos y de protección civil estatal y municipal, resultó insuficiente.
Pese a que algunos medios informativos locales minimizaron la acción preventiva y operativa gubernamental, lo cierto es que éstos fueron rebasados por la magnitud de los hechos. Cualquier previsión languidecería ante la fuerza descomunal de Stan.
Existe la percepción entre un grupo de personas y representantes sociales de que el gobierno estatal debió actuar con mayor rapidez para solicitar al federal la declaración de desastre. Sin embargo, es un trámite que no se sujeta a voluntades y que tiene una normatividad ineludible, rigurosa, establecidas en las Reglas de Operación del Fondo de Desastres Naturales (Fonden), fueron los argumentos tanto de Pablo Salazar como de Vicente Fox.
Enardecidas manifestaciones tuvieron lugar en las calles de las principales ciudades, a las que se sumaron varios miles de damnificados, quienes se quejaban no sólo de la falta de apoyo gubernamental, de la inequitativa distribución de la ayuda humanitaria que profusa y generosamente fluyó de todos los rincones del país y aun del extranjero, sino también de la situación que todavía muchas familias afrontan en los albergues.
Pancartas en las que se externaban lemas como “Fox y Pablo: no más discursos, mentiras ni paseos” o que demandaban incluso la renuncia de las autoridades locales, fueron expresiones que reflejaban el drama que, para muchos, hoy todavía parece no tener fin, pues esa herida aun sigue abierta.
La fuerza de las inundaciones dejó más de 3 millones de toneladas de lodo y escombros, piedras y basura, que afectó a 16 mil 500 viviendas y casi 300 kilómetros de vialidades urbanas en 43 municipios. Remover ese tiradero significaba un enorme reto que Pablo Salazar no pudo realizar y que hoy el gobernador Juan Sabines ha logrado aquilatar, al demostrarles y cumplirles a los miles de damnificados, lo anuncio y lo cumplió en su primera visita a Tapachula.
Hoy la fecha recrudece los recuerdos de miles de chiapanecos, la perdida de algunos de sus seres queridos, de su patrimonio, de sus cultivos son algunas de las consecuencias que Stan les robó ese “Martes Negro” y que a cinco años, aun no cesa ni cesará de sangrar como una herida de por vida.
La catástrofe sufrida por este fenómeno natural, podrían ser comparados como las de un bombardeo atómico. Por igual se colapsaron carreteras, puentes y vías férreas.
En ese “martes negro” del 04 de octubre de 2005 el cuadro devastado que se contemplaba era repetido en diversos municipios; los desprendimientos de sus respectivos afluentes y sus desgarradoras secuelas son similares: casas enterradas, colonias enteras desaparecidas, autos y camiones destruidos, arena, lodo y piedras voluminosas fueron los estragos de un panorama desolador.
Los deslaves ocasionaron no sólo la destrucción de los caminos rurales y puentes, sino que causaron la muerte de varios de sus habitantes por el desgajamiento de cerros sobre sus viviendas.
Poblaciones como Tapachula, Huixtla, Tuzantán, Tonalá, Arriaga, Suchiate, Metapa de Domínguez, Unión Juárez, Frontera Hidalgo, Cacahoatán, Tuxtla Chico, El Porvenir, Siltepec, Mazapa de Madero, Bellavista y Benemérito de las Américas, fueron severamente afectadas. Asimismo, Mazatán, Motozintla, La Grandeza, Bejucal de Ocampo, Amatenango de la Frontera, Frontera Comalapa, La Concordia, Ángel Albino Corzo, Villacorzo, Villaflores, Suchiapa, Chiapa de Corzo y Montecristo de Guerrero. También Escuintla, Acapetahua, Villacomaltitlán, Acacoyagua, Mapastepec, Huehuetán, Pijijiapan, La Libertad, Catazajá, Chicomuselo, Cintalapa y San Cristóbal de las Casas, fueron víctimas del desastre natural y donde hoy apenas empiezan a recuperarse de los estragos del “martes negro”.
En tanto, el saldo del paso del Coatán en Tapachula se caracterizó por la creación de enormes, irregulares y yermas superficies rocosas, donde antes había casas, escuelas y comercios y en las que además de nuevos brazos afluentes, también pululaban incesantes los trabajadores que conducían la enorme maquinaria empleada para la “supuesta” reconstrucción de vías de acceso, vehículos de todo tipo y mucha gente que a pie aún recorría esos espacios en busca de objetos de valor que hayan quedado atrapados entre las rocas.
En a casí 40 días después de la tragedia, el panorama seguía siendo lodoso, sombrío, donde sobresalían esparcidas por doquier, botellas, medicinas, enseres domésticos, ropa, restos animales, maleza, árboles arrancados de raíz, mucha basura y algunos cadáveres de quienes fueron víctimas de su furia, a diferencia de aquellos cuyos cuerpos quedaron sepultados bajo varios metros de lodo y piedras y seguramente nunca fueron hallados.
Oficialmente en la tragedia del 4 de octubre se contabilizaron un número inexacto y manipulado de personas muertas, una cifra que pareciese poco relevante y danzante, que así lo dictaminaba “El carnicero de Soyalo” quien aún tiene pendiente la factura y que pareciera nunca jamás se le será recaudada.
Stan fue un fenómeno que alcanzó la categoría 5, la máxima de la escala internacional Saffir-Simpson. Huracán que en cuestión de minutos mantuvo una fuerza inaudita en los afluentes, con avalanchas de más de 20 metros de altura, conformadas por lodo y piedras, arrasó todo lo que encontró a su paso.
Por ejemplo el rio Coatán rebasó sus márgenes habituales, de 35 o 45 metros en su fracción más extensa y se amplió en algunos puntos hasta 600. En su prolongado recorrido hasta el océano Pacífico, el río retomó añejos cursos que el hombre le había arrebatado o buscó nuevas vías, alteró su senda y ocasionó gravísimos daños a otras tantas poblaciones rurales y urbanas de la zona.
Pocos minutos después fueron interrumpidos completamente los servicios de telefonía celular en toda la ciudad y la energía eléctrica se cortó en la zona dañada, donde se hallaban también las torres transmisoras de las estaciones de radio.
Las avalanchas humanas hacia los albergues, que inicialmente habían registrado una afluencia discreta fue avasalladora y el éxodo de miles de personas hacia las gasolineras y centros comerciales fue gigantesco, similar en magnitud a las interminables filas de vehículos de todo tipo, que convirtieron las calles y accesos principales a la ciudad en un enorme estacionamiento.
El auxilio prestado por personal de Marina, el Ejército con su Plan DN-3, bomberos, Cruz Roja, PFP, Secretaría de Salud, elementos policiacos y de protección civil estatal y municipal, resultó insuficiente.
Pese a que algunos medios informativos locales minimizaron la acción preventiva y operativa gubernamental, lo cierto es que éstos fueron rebasados por la magnitud de los hechos. Cualquier previsión languidecería ante la fuerza descomunal de Stan.
Existe la percepción entre un grupo de personas y representantes sociales de que el gobierno estatal debió actuar con mayor rapidez para solicitar al federal la declaración de desastre. Sin embargo, es un trámite que no se sujeta a voluntades y que tiene una normatividad ineludible, rigurosa, establecidas en las Reglas de Operación del Fondo de Desastres Naturales (Fonden), fueron los argumentos tanto de Pablo Salazar como de Vicente Fox.
Enardecidas manifestaciones tuvieron lugar en las calles de las principales ciudades, a las que se sumaron varios miles de damnificados, quienes se quejaban no sólo de la falta de apoyo gubernamental, de la inequitativa distribución de la ayuda humanitaria que profusa y generosamente fluyó de todos los rincones del país y aun del extranjero, sino también de la situación que todavía muchas familias afrontan en los albergues.
Pancartas en las que se externaban lemas como “Fox y Pablo: no más discursos, mentiras ni paseos” o que demandaban incluso la renuncia de las autoridades locales, fueron expresiones que reflejaban el drama que, para muchos, hoy todavía parece no tener fin, pues esa herida aun sigue abierta.
La fuerza de las inundaciones dejó más de 3 millones de toneladas de lodo y escombros, piedras y basura, que afectó a 16 mil 500 viviendas y casi 300 kilómetros de vialidades urbanas en 43 municipios. Remover ese tiradero significaba un enorme reto que Pablo Salazar no pudo realizar y que hoy el gobernador Juan Sabines ha logrado aquilatar, al demostrarles y cumplirles a los miles de damnificados, lo anuncio y lo cumplió en su primera visita a Tapachula.
Hoy la fecha recrudece los recuerdos de miles de chiapanecos, la perdida de algunos de sus seres queridos, de su patrimonio, de sus cultivos son algunas de las consecuencias que Stan les robó ese “Martes Negro” y que a cinco años, aun no cesa ni cesará de sangrar como una herida de por vida.
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