Por: Ameht Rivera
Cuando uno comienza a garabatear sus
primeros textos quiere compartir, con la alegría inocente de un enamorado, su
creación a todo el mundo. Mostrarla orgulloso como un padre a su primogénito.
Más nunca se imagina que el soltar a navegar por ahí, en el océano del mundo, a
nuestros barquitos de papel, pueda devolvernos altas mareas de congojas.
El viernes pasado, por esa ignota trama del destino que los mortales llamamos
casualidad, entré al portal digital de un rotativo local llamado "Diario
del Sur" y, de reojo, en la esquina inferior derecha vislumbré un titular
que me inquietó "El teatro callejero de los gracejos". Me inquietó
porque hace más de 7 años decidí dejar constancia literaria de una tradición
del Soconusco sobre la que nadie había escrito antes: Los Gracejos. Y, en mi
escrito, medité sobre cómo estos burlescos personajes suplen "de gracioso
modo" la carencia de espectáculos públicos para nuestra gente, y son, a su
muy particular sazón, una suerte de teatro callejero e itinerante en los días
de la Semana Mayor.
Mis sospechas, mis más tristes sospechas, se hicieron reales cuando leí las
abyectas líneas del primer párrafo de esa nota publicada en Diario del Sur
"Una tradición de orígenes libertinos o quizá disipados en el celaje de
los años que ya no son (...)" línea que transcribe, con nimias
variaciones, mi texto original. Y a cada párrafo crecía mi indignación al ver
cómo una persona (¿se la puede llamar persona?) sin ética ni moral había
desmembrado mi texto original para intercalar palabras o líneas suyas y
publicar así ese Frankenstein textual bajo el nombre de: Darinel Zacarías.
El señor Darinel Zacarías conocía de sobra mi trabajo sobre los gracejos,
puesto que cada Semana Santa que podía yo posteaba, a través de mis redes
sociales, el texto de mi autoría que originalmente se titula "Los gracejos
de Cacahoatán" y que él mismo comentaba, compartía y elogiaba. Texto que
fue publicado por primera vez, junto a escritores como Elena Poniatovska, Juan
Bañuelos, o Dolores Castro, entre otros, en el segundo número de la revista
Horal editada en abril del 2009 por el CONECULTA, y de la cual guardo un
ejemplar.
No es la primera vez que alguien se roba
contenido de mis redes: han robado notas enteras de mis blogs, el del periódico
y el personal; pero, hasta hoy, los intrusos habían sustraído ilícitamente de
mis redes "sólo" textos periodísticos, cosa que nunca me tomé tan a
pecho por considerar, mis esporádicas aportaciones a la prensa escrita, poco
más que un hobbie o una feliz manera de ganarme la vida.
Aunque, ya a estas alturas me pregunto, ¿por qué un sujeto "B" podría
detentar el derecho de hacerse un nombre a costa del trabajo de otro?, ¿por qué
no citar la fuente original y así dignificar tu oficio de periodista/escritor?,
¿por qué, en este mundo moderno abundan, como en ninguna otra época, los Bryce
Echenique, los Salatiel Alatriste?, personajes que antes que ser presa del
escarnio y el repudio públicos, fueron, en el caso del peruano Echenique,
galardonados con un premio tan notorio como el premio de la Feria Internacional
del Libro (FIL) en Guadalajara. ¿Por qué?, se cuestiona uno con harta
indignación y ellos, los plagiarios, responden con sorna, ¿por qué no!
La sensación de ver un texto de tu
autoría, del cual meditaste hasta dónde colocar una coma, destrozado por manos
insulsas, malvadas, abyectas, es quizá (y dirán que exagero) comparable a mirar
a un hijo tuyo acribillado con saña por un Mara Salvatrucha. Es una sensación
de horror mezclada con indignación y asco. Es pecar de alta traición contra el
noble oficio del periodismo; porque engañas a quienes creen, a veces hasta
ciegamente, en aquello que publicas: tus lectores. Darinel Zacarías se dice
periodista. Es dar el más sucio ejemplo a quienes te tienen precisamente como
eso; como ejemplo: a tus alumnos, y Darinel Zacarías se dice profesor.
Estoy triste e indignado hasta el sollozo porque (por ahora) no poseo una casa,
ni un automóvil, ni una obesa cuenta de banco con mi nombre, mi más precisado
patrimonio son mis libros (los que he leído y los que he escrito); he dedicado
mi esfuerzo, mi alma, mi juventud, a leer mucho y a escribir otro tanto. Yo no
fui a una escuela para aprender cómo escribir; los textos que he escrito; los
libros que he publicado, son una feliz muestra de que cuando uno ama hacer
algo, lo hace simplemente porque las circunstancias (hambre, carencias,
desprecios, enfermedades, desesperación, soledad) se someten a la incontenible
voluntad de crear. A la impostergable necesidad, ¿necedad?, de escribir.
¿Sabrá quien plagia contenidos, del amor
que un padre siente por sus textos?, ¿columbrará, acaso, lo que un padre
encabritado puede hacer por un maltratado hijo suyo? Pueden robarme mi trabajo,
mi escaso dinero, mi amada libertad, incluso mi vida, ¡pero no se metan con mis
hijos (textos)!, ellos son el único testimonio palpable, y acaso imperecedero,
de que he sido feliz sobre esta redonda Tierra. Porque aunque, las más de las
veces, escriba sobre la soledad o la tristeza, escribir me da felicidad,
profunda e inocente felicidad.
Espero, a partir de esta publicación, difamaciones, calumnias, incluso memes,
en contra mía. Son muchos los enemigos de la verdad. Conozco los maléficos
alcances del autor del plagio que hoy me indigna y me escarnece, pero no me voy
callar, esta vez no. Los personajes que admiro han dado hasta la vida por
defender su derecho a decir, su derecho a pensar distinto, su derecho a la
libertad, en suma; su derecho a ser, y no daré un paso atrás en mi derecho de
gritar mi indignación.
Hice un conteo meticuloso para saber qué
parte del texto publicado bajo el nombre de Darinel Zacarías es texto original
mío y qué parte son anexiones hechas por él; el texto publicado por el Diario
del Sur consta de 462 palabras, de las cuales 409 son mías y apenas 53 son
palabras incorporadas por él a mi texto original, entre las que se incluyen
artículos y frases como "para Ameht López Rivera escritor y poeta de Cacahoatán,
el gracejo es (…)", es decir un 88.6 % del texto publicado es de mí
autoría: ¡casi el 90% del texto es un plagio hecho por Darinel Zacarías!,
incluso para curarse en salud, al final el señor Zacarías pone extractos de mi
texto original como si fueran citas textuales de una entrevista que él me
hubiera hecho a colación del tema de los gracejos. Lo cual, nunca pasó. Y mucho
menos pidió mi consideración para publicarlo, acción que atenta contra la Ley
Federal de Derechos de Autor, aún más cuando dicha ley en su artículo 21,
fracción III, expone que el titular de los derechos morales de la obra puede “exigir
respeto a la obra oponiéndose a cualquier deformación,
mutilación u otra modificación de ella, así como toda acción o atentado a
la misma que cause demérito de ella o perjuicio a la reputación de su autor”.
Como mínimo reparo a la vejación de que
he sido sujeto, exijo una disculpa pública del señor Darinel Zacarias por
haberse adjudicado como suya una obra que él no escribió. Y presuponiendo la
inocencia del medio informativo Diario del Sur ante este yerro, ya que presumiblemente
desconocía la fuente original del texto, pido su consideración para retirar esa
nota de su portal y la publicación de una fe de erratas en su versión impresa
donde se explique que el autor del texto original llamado "Los gracejos de
Cacahoatán" es quien suscribe: Ameht Rivera, mismo que se publicó
indebidamente bajo la autoría del señor Darinel Zacarías en su edición impresa
del 23 de marzo de 2016 bajo el título cambiado de "El teatro callejero de
los gracejos", con lo cual se dará mayor certeza y confianza a los
lectores de ese medio informativo.
Para rematar este recuento de los daños,
existe un adagio popular que reza: “El que nace para maceta del corredor no
pasa”, yo trocaría esa sabiduría popular, o más bien la actualizaría diciendo:
el que nace para plagiario del ‘copy paste’ no pasa.
Aquí adjuntamos las imágenes detalladas que dan cuenta del plagio de Darinel Zacarías (dale click para ampliar), para su mejor visualización recomendamos descargarlas a tu computadora: